La esperanza de las familias refugiadas en Oreokastro es que acabe la guerra en Siria
Martes 19 de julio, soy una de las pocas personas que van a poder visitar el campo de Oreokastro, un centro temporal o campo de reubicación en teoría. Dentro de un hangar inmenso se alinean 250 tiendas grandes o jaimas con capacidad para unas 8 personas.
En cada jaima vive una familia, y se calcula que hay unas 1.400 personas. Muchos niños corretean de un lado a otro. La gente es amable y responde sonriente a nuestros saludos en árabe (Salam Aleikum).
Tengo la suerte de encontrarme con una mujer muy amigable y que habla inglés llamada Bethule que me invita a sentarme con ella y con su vecina de tienda Noal. Son de Alepo y ambas tienen niñas pequeñas.
Empezamos hablando en general, pero Bethule está dispuesta a contarme la historia de su familia. Tanto ella como su marido son universitarios, estudiaron Económicas. Ella trabajaba en una oficina y él era jefe de una sucursal bancaria.
Cuando un bombardeo mató a 7 personas de la familia de su cuñado, entre otras tres niños muy pequeños y una mujer embarazada, en ese momento es cuando el hermano de su marido les dijo “tenéis que iros de aquí” y comenzó su odisea.
Huida con sus hijas pequeñas
Primero viajaron en autobús desde Alepo a la frontera en Turquía, durante dos días. Estuvieron otros dos días esperando en la frontera de Turquía para poder pasar y una noche, caminaron durante 5 horas en la oscuridad para atravesar la frontera, en total silencio.
Llevaban en brazos a sus niñas y rezando para que no lloraran (la mayor es una linda niñita de 4 años e inmensos ojos negros llamada Sham, la pequeña es un bebé de pocos meses).
La siguiente fase de la travesía consistía en cruzar el mar, para ello estuvieron esperando buenas condiciones maritimas durante 20 días alojados en un hotel, lo intentaron hasta cuatro veces, pero no era posible.
Al final el hombre encargado de hacer la travesía les dijo “o vais esta noche o ya no vais a poder ir, última oportunidad” y a pesar de que el mar estaba picado, esa noche probaron suerte.
En este punto no sigue hablando, no quiere mencionar más del tema, su silencio es elocuente. No pregunto más de la travesía por el mar.
Noal: viaje sola con dos niñas
Noal desgraciadamente no habla inglés, intercambio las pocas frases de cortesía que sé decir en arabe. Pero su lenguaje no verbal es muy expresivo.
Bethule me cuenta que Noal vio morir a su marido en Siria y ha tenido que viajar sola con sus dos niñas, Isdra, de 10 años, y la pequeña, de 6. Es una mujer muy fuerte.
Les pregunto si han visto salir de aquí alguna familia y me dicen que sí, tres, previo pago de 1.300 € por persona pudieron viajar a Hungría y a Bulgaria.
El resto no tienen poder adquisitivo suficiente para poder moverse, su único futuro es que la guerra acabe para poder volver.
Les pido que por favor se mantengan fuertes y no pierdan la esperanza. Les cuento que precisamente las 300 personas españolas que hemos viajado a Grecia, tenemos como misión ser altavoces de sus testimonios y que el resto del mundo no olvide la vergüenza de las personas refugiadas.
Escuela para niños en Oreokastro
En Oreokastro hay una escuela organizada a la que acuden niños de 6 a 10 años. Isdra es una de sus alumnas aventajadas y se presta a hacer de guía para enseñar la madraza. Intentamos hablar con las tres profesoras voluntarias, pero solo una habla inglés y está desbordada de trabajo porque hay muchos niños.
Hasna es una chiquilla de unos 16 años. En Alepo era estudiante de instituto, y le gusta mucho leer. Vive con su madre y dos hermanos en otra de las jaimas.
Están buscando reencontrarse con su padre que vive en Alemania, pero no es tan sencillo, la única opción es que el padre consiguiera ahorrar lo suficiente para hacer el viaje hasta el campamento y llevárselas con él.
Su historia es muy similar a la ya narrada, y me doy cuenta de que todas las odiseas de cada una de estas personas son una sola, llena de dolor, sufrimiento y renuncias. En su caso y en el de su vecina Shahira, una mujer viuda con una nieta pequeña, a su cargo porque la madre murió en Siria.
Su última parada antes de llegar a Oreokastro, fue Idomeni. Relatan colas interminables de 4 y 5 horas para recibir una pequeña porción de comida, a veces el único alimento en todo el día.
Me tengo que despedir de todas estas personas, con la promesa de contactar a través de Facebook y enviarles las fotos y esta crónica traducida al inglés.
Es hora de partir, en el autobús de vuelta unos chicos de Tesalónica que han viajado por todos los campamentos, me cuentan que este es el mejor que conocen.
A poca distancia por ejemplo está el de Softex, un campo donde han mezclado a gentes de diferentes sitios, afganas iraquíes, sirias, kurdas… Afirman que es una bomba de relojería que cada poco tiempo estalla, sin intervención de la policía.
Además es un campo que no reúne las condiciones higiénicas adecuadas, al lado hay una especie de ciénaga y los olores con el calor ahora en verano son insoportables.