Las fronteras son tan permeables como interese a los poderes económicos y políticos. La línea física que separa el estado español del marroquí no es la inxepugnable doble valla con concertina que estamos acostumbradas a ver en las noticias, sino una zona de paso habitual para personas cargando mercancías. Mientras pueda considerarse “su equipaje”, las porteadoras, en su mayoría mujeres, llevarán fardos de hasta 80 kg de peso a sus espaldas y a rastras desde Ceuta y Melilla.
Se elude de este modo el pago de aduanas propio de las empresas exportadoras e importadoras. Marcas de multinacionales de todo el mundo componen el conjunto de productos que se almacena en polígonos adyacentes a los puntos fronterizos. Llegan en camiones o containers transportados en buques desde la península, y el trayecto que recorren tras solventar el pequeño paso a lomos de mujeres mayores y cansadas, continúa hasta incluso alcanzar Sudáfrica.
La alternativa legal a este negocio no ha sido propuesta, pues quizás provocara la desaparición de las ciudades autónomas del mapa comercial transfronterizo. En torno a 405 millones de euros anuales se cifra el beneficio sólo para Ceuta según un estudio de la Universidad de Granada, lo cual supone un tercio de su PIB. Por tradición histórica, las personas procedentes de las poblaciones marroquís próximas a las ciudades autónomas pueden cruzar la frontera únicamente mostrando su documento de identidad nacional. La alarma que generan los medios de comunicación mediáticas y las autoridades políticas cuando se produce un salto de frontera ilegal, contrastan con la opacidad con la que se gestiona la movilidad humana cuando ésta interesa en forma de flujo de mercancías a empresas y gobiernos.